May 26, 2015

Pentecost, 2015

Jesus said to them again, “Peace be with you. As the Father has sent me, so I send you.” And when he had said this, he breathed on them and said to them, “Receive the Holy Spirit. Whose sins you forgive are forgiven them, and whose sins you retain are retained.”

The Spirit was present at the creation of the world. He came down upon Joshua, Saul, David and others. John the Baptist was filled with the Holy Spirit even from his mother’s womb. The Blessed Virgin Mary was filled with the Holy Spirit at the Annunciation when she was overshadowed and conceived our Lord in the flesh. At our Lord’s baptism the Spirit came to rest upon Him. What does it mean then to celebrate the Feast of the Descent of the Holy Spirit? The Gospel of John says that the Spirit was waiting for the glorification of Jesus. The coming that we celebrate overcomes sin in the world and the Holy Spirit dwells in our hearts by faith.

St. Augustine says, “We are to understand then that the giving of the Holy Spirit was to be certain, after Christ’s exaltation, in a way in which it never was before. It was to have a peculiarity at His coming, which it had not before. ... But why did our Lord give the Holy Spirit after His resurrection? That the flame of love might mount upwards to our own resurrection: separating us from the world, and devoting us wholly to God.” Jesus gives us not just the power of the Spirit for prophecy or even evangelization, not just for mercy and forgiveness, but above all He desires the gift of love which is the Holy Spirit, which the dwells in Him from the Father, to dwell also in us.

The Spirit did indeed come upon many prophets and prophetesses, so that He might reveal truths into the world and give signs for belief in the only true God. But what Jesus won for us in His suffering, death, resurrection and ascension is the permanent indwelling of the Holy Spirit. Permanent because His presence is not given to accomplish signs or make revelations, though He does both, nor to accomplish any other task. His presence is permanent because He wishes to transform us with His life and so to unite us to Himself forever.

“And my delights were with the sons of men,” says Proverbs. Sin alone chases away this permanent indwelling of the Holy Spirit. Yet, it is the Holy Spirit who convicts us of sin, then bestows mercy and forgiveness on us, and making us once more His own, He comes to dwell again with us sinners. He transforms the sinner with His holiness. He makes the old become new, and bestows eternal life on the spiritually dead.

Since Jesus in His humanity willingly gave his life as a sacrifice of love, the Father raised Him in glory. And when He ascended to heaven, the human nature which He took from us, He also brought before the throne of God. Our humanity received in Christ Jesus this gift from the Father: not only that the Holy Spirit should be with Him in His Divine Person or in His humanity on account of His Divine Person but as a gift to be given even to us. Thus the Paschal Mystery was brought to completion by the descent of the Holy Spirit upon those who believe so that they, too, might come before the throne of God in their human natures and live with him forever.

It is the sacrifice of Christ which John calls the glorification of Jesus. The Crucifixion is His hour and He is glorified in it. So the Sacrifice gives us the Spirit, and the Spirit, in turn, makes present the Sacrifice. The Son wishes us to have His Spirit. The Spirit wishes us to have the Son. Jesus tells us, “As the Father has loved me, I also have loved you. Abide in my love.” The Gift of Love brings forth love. When we eat this Sacrifice of Love, the fruit of the Spirit within us grows deeper, broader and more intense. The more we are conformed to Jesus in our lives and our hearts, which is to say cruci-formed, the more intensely does the Spirit dwell within us. This increase of union is not only with Jesus but with one another. The Spirit overcomes the separation of sin and division and confusion of the world. He speaks the word of faith into hearts and inflames them with the fire of Divine Love. Until we enter paradise and our union is brought to perfection and our love remains forever.

Come Holy Spirit, fill the hearts of the faithful and kindle in them the fire of Thy love.

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El Espíritu estuvo presente en la creación del mundo. Él descendió sobre Josué, Saúl, David y otros. Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre. La Santísima Virgen María fue llena del Espíritu Santo en la Anunciación, cuando fue eclipsado y concibió nuestro Señor en la carne. En nuestro bautismo del Señor, el Espíritu llegó al descanso sobre él. ¿Qué significa entonces para celebrar la fiesta de la venida del Espíritu Santo? El Evangelio dice que el Espíritu estaba esperando a la glorificación de Jesús. La venida que celebramos vence el pecado en el mundo y el Espíritu Santo habita en nuestros corazones por la fe.

San Agustín dice: "Tenemos que entender entonces que el don del Espíritu Santo había de ser cierta, después de la exaltación de Cristo, de una manera en la que nunca antes. Que era tener una particularidad en su venida, que no lo había hecho antes. ... Pero ¿por qué nuestro Señor da el Espíritu Santo después de su resurrección? Que el fuego del amor podría elevarse hacia arriba para nuestra propia resurrección:. Que nos separa del mundo, y nos dedican totalmente a Dios "Jesús nos da no sólo el poder del Espíritu de profecía o incluso la evangelización, no sólo por la misericordia y el perdón, pero por encima de todo Él desea que el don del amor que es el Espíritu Santo, que habita en él desde el Padre, habitar también en nosotros.

El Espíritu ciertamente vino de muchos profetas y profetisas, para que pudiera revelar verdades en el mundo y dar señales de creencia en el único Dios verdadero. Pero lo que Jesús ganó para nosotros en su sufrimiento, muerte, resurrección y ascensión es la inhabitación permanente del Espíritu Santo. Permanente, porque no se le da su presencia para lograr signos o hacer revelaciones, a pesar de que hace las dos cosas, ni para lograr cualquier otra tarea. Su presencia es permanente porque él nos quiere transformar con su vida, para unirnos a él para siempre.

"Y mis delicias son con los hijos de los hombres", dice Proverbios. Sin solos nos priva de esta inhabitación permanente del Espíritu Santo. Sin embargo, es el Espíritu Santo que nos convence de pecado, entonces confiere la misericordia y el perdón sobre nosotros, y haciéndonos, una vez más los suyos, él viene a habitar de nuevo con nosotros, pecadores. Él transforma al pecador con su santidad. Él hace que el viejo se convierten en nuevos, y concede la vida eterna a aquellos que están espiritualmente muertos.

Puesto que Jesús en su humanidad voluntariamente dio su vida como un sacrificio de amor, el Padre lo resucitó en gloria. Y cuando ascendió al cielo, la naturaleza humana que tomó de nosotros, él trajo también ante el trono de Dios. Nuestra humanidad recibió en Cristo Jesús este regalo del Padre: no sólo que el Espíritu Santo debe estar con él en su persona divina o en su humanidad a causa de su Persona divina, sino como un don para darnos. Así, el misterio pascual fue llevado hasta su finalización por el descenso del Espíritu Santo sobre los que creen, para que ellos también podrían venir ante el trono de Dios en sus naturalezas humana y vivir con él para siempre.

Es el sacrificio de Cristo que Juan llama la glorificación de Jesús. La crucifixión es su hora y Él es glorificado por la Cruz. Así que el sacrificio nos da el Espíritu, y el Espíritu, a su vez, hace presente el sacrificio. El Hijo nos desea tener su Espíritu. El Espíritu nos quiere tener el Hijo. Jesús nos dice: "Como el Padre me amó, también yo os he amado. Permaneced en mi amor. "El don de amor engendra amor. Cuando comemos este Sacrificio de amor, el fruto del Espíritu en nosotros hace más profundo, más amplio y más intensa. Cuanto más somos conformados a Jesús en nuestras vidas y nuestros corazones, más intensamente mora el Espíritu dentro de nosotros. Este aumento de la unión es no sólo con Jesús pero uno con el otro. El Espíritu supera la separación del pecado y de la división y la confusión del mundo. Él habla la palabra de la fe en los corazones y los inflama con el fuego del amor divino. Hasta que entramos en el paraíso y nuestra unión se lleva a la perfección y nuestro amor permanecerá para siempre.

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