Jesus went to Galilee proclaiming the gospel: “The kingdom of God is at hand. Repent, and believe in the gospel.” At the sea of Galilee he sees Simon and Andrew and says to them, “Come after me.” Then he sees James and John and he called to them.
The Lord sees us. When he looks at us, if we receive his loving gaze, then he is able to change our lives. What made the people of Nineveh repent and hear the message that God sent them? The Lord looked upon them. We can try to hide from his gaze but the story of Jonah tells us that is impossible. Simon and Andrew abandon their nets. James and John leave their father in the boat. Unlike Jonah, they immediately respond to the call of the Lord; to the experience of being looked upon by Jesus. Yet, we know that their time with Jesus, in his mission of preaching and healing, is still a difficult one for them. Often they seem not to understand what Jesus is trying to tell them. They bicker and fight among themselves. All of them abandon him on the night when he is arrested in Gethsemane.
This should give us some hope. If we have fled from the Lord like Jonah, we also know that he is relentless in his pursuit of us. If we have given ourselves over to habitual sins even as dark as the wickedness of Nineveh, the Lord does not abandon us but seeks our return to him. If we have said yes to the Lord and left our lives to follow him but often find ourselves not understanding what the Lord wants from us, or find ourselves growing apart from him, we know that he is able to restore us to himself. He restored Jonah to himself, he restored Nineveh to himself, and he restores the Apostles to himself in the Upper Room after the Resurrection.
If we are willing to open our hearts and our lives to him and let him see us as we really are he can restore us to himself and he can restore us to ourselves. We all have things we keep hidden, past deeds, thoughts, emotions that we try to keep from the sight of others. But we should have no fear of showing these things to the Lord. We cannot hide them from him anyway. St. Augustine says in his Confessions that God is “more intimate to me than I am to myself.”
The cause of the response of Simon, Andrew, James and John is the piercing intimacy of the gaze of Jesus. We all want to be known. We all want to be really seen. When we let the Lord look at us, even at our sins and wounds, the light of his gaze begins the healing process. If we can receive this our hearts will open to two possibilities.
First, because the Lord sees, knows and loves me, even with the difficulties and messiness of my life, I need not avert my eyes from his glory in shame. In fact, he invites me to “Come after him,” to look back at him and see how much he loves me, to allow his gaze to pierce my heart.
Second when I can receive this about myself, I also make the discovery that this is true for others. The intimate relationship I have with the Lord spills over into my relationships with others. Then when I see the other, it becomes possible to look at them through the eyes of the Lord.
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La palabra del Señor vino al profeta Jonás: vaya y predica el arrepentimiento al pueblo de Nínive. Pero Jonás huyó de la presencia del Señor. Al final va a Nínive y lleva la palabra del Señor a la ciudad. La gente responde al mensaje del Señor y el Señor ve sus obras y cómo se convierten de su mala vida.
Jesús fue a Galilea para predicar el evangelio: "El reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el evangelio." En el mar de Galilea él ve a Simón y a Andrés, y les dice:" Síganme ". Entonces él ve a Santiago y a Juan, y los llama.
El Señor nos ve. Cuando él nos mira, si recibimos su mirada amorosa, entonces él es capaz de cambiar nuestras vidas. ¿Por qué los hombres de Nínive se arrepintieron y porque escucharon el mensaje de Dios? Porque el Señor miró sobre ellos. Podemos tratar de esconderse de su mirada, pero la historia de Jonás nos dice que es imposible. Simón y Andrés dejaron sus redes - inmediatamente. Santiago y Juan dejaron a su padre en el barco. A diferencia de Jonás, respondieron inmediatamente a la llamada del Señor. Porque ellos experimentaron la mirada de Jesús. Pero sus vidas aun con Jesús en su misión de predicar y sanar a los enfermos era todavía difícil. A menudo no parecieron entender lo que Jesús estaba tratando de decirles. Discutieron y pelearon entre símismos. Todos lo abandonaron en la noche, cuando él fue detenido en Getsemaní.
Esto nos da esperanza. Si hemos huido del Señor como Jonás, también sabemos que él es persistente en su búsqueda de nosotros. Si tenemos pecados habituales, incluso si son tan oscuros como la maldad de Nínive, el Señor no nos abandona, mas bien, él espera nuestro regreso. Hemos dicho sí al Señor y dejado nuestras vidas a seguirlo, pero a menudo no entendemos lo que el Señor quiere de nosotros, o comenzamos a alejarnos de él, sabemos que él es capaz de restaurarnos a sí mismo. Él restauró Jonás a sí mismo, él restauró Nínive a sí mismo, y restauró los Apóstoles a sí mismo en el Cenáculo después de la Resurrección.
Si estamos dispuestos a abrir nuestros corazones y nuestras vidas a él y permitirle vernos como de verdad somos, él puede restaurarnos a sí mismo y él puede restaurarnos a nosotros mismos. Todos tenemos cosas que ocultamos a los demás: las acciones pasadas, pensamientos, emociones. Pero no debemos tener miedo de mostrar estas cosas al Señor. De todos modos, no es posible ocultarlos de él. San Agustín dice en sus Confesiones que Dios es "más íntimo a mí que yo a mí mismo."
La respuesta de Simón, Andrés, Santiago y Juan es causada por la penetración intimida de la mirada de Jesús. Todos queremos ser conocidos. Queremos que todos nos reconozcan y nos vean. Cuando permitimos que el Señor nos mira, incluso a nuestros pecados y heridas, la luz de su mirada comienza el proceso de sanación. Si somos capaces de recibir esto nuestros corazones se abrirán a dos posibilidades.
Primero porque el Señor me ve, me conoce y me ama, incluso con mis dificultades y el desorden de mi vida, yo no necesito voltear mis ojos de su gloria en vergüenza. De hecho, él me invita a "venir después de él," para mirar a él y ver cuánto me ama, y permitir que su mirada penetra mi corazón.
Segundo cuando puedo recibir este sobre mí, yo también descubro que esto es cierto para los demás. La íntima relación que tengo con el Señor derrama en mis relaciones con los demás. Entonces cuando veo al otro, se hace posible mirarlo a través de los ojos del Señor.
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