Dec 14, 2014

Gaudete Sunday, Year B

“Rejoice in the Lord always; again I say, rejoice. Indeed, the Lord is near.” Why on this day should we rejoice? This is the Third Sunday of Advent, also called Gaudete Sunday. Gaudete means rejoice. It is the plural imperative, that is, it is a command and it is addressed to all of us. So what do we have to rejoice about?

The reading from Isaiah is fulfilled in the person of Jesus. God knows our difficulties. We are poor, brokenhearted and captive, especially because of our sins and often even because of the memory of our sins and mistakes. Just the knowledge that God sees our need is enough to lighten our hearts – we are not alone in our distress. And to hear this promise that God will save us gives us great hope because we can trust his word. And we know that not only did he keep his promise but he gave us his only begotten Son. Rejoice, again I say, rejoice! In a mere 11 days we will be keeping the Solemnity of the Birth of our Lord. He who is the source of all riches came into our poverty. The font of life gives his life to cure us of our infirmities. He heals the brokenhearted and free us from captivity. He was not satisfied to know us from afar, nor to work his wonderful deeds through others. No, he drew near to us on account of his great love.

John the Baptist was the greatest prophet ever known. Jesus says that among those born of a woman, there has arisen no one greater the John the Baptist. (Mt. 11:11; Lk 7:28) And what does John say? That he is unworthy to untie the strap of the sandal of the one who is coming after him. Jesus, the Christ, is more than a prophet. He is God in our midst. John also says to the priests and Levites of Jerusalem: “there is one among you whom you do not recognize.” And he could say the same thing today.

Advent is a time of preparation, with devout and expectant delight, to celebrate the birth of Jesus and to await his coming into the world again. But there are two other advents which are important.

He comes daily upon our altars in the appearances of bread and wine. The same sacred humanity which Mary bore in her womb, which she wrapped in swaddling clothes; the sacred humanity which hung upon the Cross for us, which was buried in the tomb and rose again on the third day and ascended into heaven, is made present right here in our midst. And yet many will not recognize him. They will see the host held aloft in adoration and see only the sign, know only the bread. “Behold the Lamb of God, behold him who takes away the sins of the world,” the priest will say, echoing St. John. But many will not believe. They will see the symbols only and will not look deeply with faith. For those with faith, however, there is rejoicing for, indeed, the Lord is near.

It is sometimes the case that we should not approach the altar for communion for a variety of reasons. Either we have not yet made our first communion, or we are unprepared to receive him, or our circumstances of life preclude it. Yet, all of us may look and see. We can behold God in our midst, the one whom we are preparing to rejoice over at Christmas. We can long for his coming with devout and expectant delight. And this also is cause for rejoicing. Before our eyes, though veiled in the Most Holy Sacrament, we look upon our Lord: Body, Blood, Soul and Divinity. His adorable Person is before us.

He not only comes daily upon our altars, he also comes daily to our souls. He stands at the door of our hearts and knocks and begs to enter. Our Divine Savior wishes to dwell with us. Us, with all of our poverty, and brokenheartedness, with our captivity and weakness, our mistakes and sins, all the messiness which is human lives. He longs to enrich our poverty, to console our broken hearts, to free us from captivity, strengthen our weakness, forgive and heal our mistakes and sins, to cleanse and purify the messiness of our lives. Rejoice, for the God who draws so near to us, does so because he loves us. Why do we rejoice? How can we not?

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“Estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres. El Señor está cerca.” ¿Por qué en este día debemos alegrarnos? Este es el tercer domingo de Adviento, también llamado Domingo de Gaudete. Gaudete significa alégrense!. Es el imperativo plural, es decir, es una orden y se dirige a todos nosotros. ¿Por qué nos alegramos?

La lectura de Isaías se cumplió en la persona de Jesús. Dios conoce nuestras dificultades. Somos pobres, quebrantados de corazón y cautivos, especialmente a causa de nuestros pecados y, a menudo, incluso por la memoria de nuestros pecados y errores. el conocimiento de que Dios la ve nuestra necesidad es suficiente para alumbrar nuestros corazones - que no estamos solos en nuestra angustia. Y al oír esta promesa que Dios salvará a nosotros nos da una gran esperanza porque podemos confiar en su palabra. Y sabemos que no sólo él cumplió su promesa, pero él nos dio a su Hijo unigénito. Alégrense, otra vez digo: ¡Alégrense! En once días vamos a celebrar la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor. Aquel que es la fuente de toda riqueza entró en nuestra pobreza. La fuente de la vida da su vida para curarnos de nuestras enfermedades. Él sana a los quebrantados de corazón y nos libera del cautiverio. No estaba satisfecho a conocernos desde lejos, ni para trabajar sus maravillas a través de otros. No, él se acercó a nosotros a causa de su gran amor.

Juan el Bautista fue el profeta más grande jamás conocido. Jesús dijo, “que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista”. (Mt. 11:11; Lc 07:28) ¿Y qué dijo Juan? “No soy digno de desatarle las correas de sus sandalias.” Jesucristo es más que un profeta. Él es Dios en medio de nosotros. Juan también dijo a los sacerdotes y levitas de Jerusalén: "en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen." Estas últimas palabras siguen siendo ciertas tambien en nuestro tiempo.

El Adviento es un tiempo de preparación, de alegría devoto y expectante, para celebrar el nacimiento de Jesús y esperar su venida al mundo de nuevo. Pero hay otras dos venidas que son importantes.

Él viene todos los días a nuestro altar en las especies del pan y del vino. La misma humanidad sagrada que María llevaba en su seno, que se envolvió en pañales; la humanidad sagrada que pendía de la cruz por nosotros, que fue sepultado en la tumba y resucitó al tercer día y ascendió a los cielos, se hace presente aquí en medio de nosotros. Y sin embargo, muchos no lo reconocerán. Ellos verán la hostia en alto para la adoración y ven sólo el signo, sólo conocen el pan. "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo," el sacerdote dirá, haciéndose eco de San Juan Bautista. Pero muchos no creen. Ellos sólo ven los símbolos y no miran profundamente con la fe. Para los que tienen fe, sin embargo, hay alegría porque, en realidad, el Señor está cerca.

A veces es el caso que no debemos acercarnos al altar para la comunión. O bien todavía no hemos hecho nuestra primera comunión, o no están preparados para recibirlo, o nuestras circunstancias de vida se oponen recepción. Sin embargo, todos nosotros podemos mirar y ver. Podemos contemplar a Dios en medio de nosotros, aquel a quien nos estamos preparando para alegrarse por la Navidad. Podemos desear para su venida con alegría devoto y expectante. Delante de nuestros ojos, aunque velado en el Santísimo Sacramento, miramos a nuestro Señor: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Su adorable persona está delante de nosotros. Y esto también es un motivo de alegría.

Él no sólo viene a diario en nuestros altares, él también viene todos los días a nuestras almas. Él está a la puerta de nuestro corazón y golpes y le ruega para entrar. Nuestro Divino Salvador desea morar con nosotros. Nosotros, con toda nuestra pobreza, y quebranto, con nuestro cautiverio y debilidad, nuestros errores y pecados, todo el desorden que es la vida humana. Él anhela para enriquecer nuestra pobreza, para consolar nuestros corazones rotos, para liberarnos del cautiverio, fortalecer nuestra debilidad, perdonar y sanar nuestros errores y pecados, para limpiar y purificar el desorden de nuestras vidas. Alégrense, por el Dios que se acerca a nosotros, lo hace porque nos ama. ¿Por qué nos alegramos? ¿Cómo no?


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